020. liars and killers
chapter twenty
020. liars and killers
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PAMELA SE SENTÓ sola al pie de las escaleras, su pierna rebotaba ligeramente mientras esperaba que la persona al otro lado del teléfono contestara. En su otra mano, jugueteaba con sus cromos coleccionables, girándolos entre sus dedos y dándoles la vuelta para leer la escritura en el reverso. Esperó, ansiosa por que el tono de llamada se detuviera y finalmente escuchara la voz de Coulson en semanas.
Quería sentirse enfadada y dolida, quería sentirse perdida y frustrada, pero siempre acababa sintiéndose vacía cuando no cogía el teléfono. Apartó el móvil y se quedó mirando el número en la pantalla. Pamela solía estar muy unida a Coulson. Incluso cuando ella se alejaba de él y se escondía donde creía que nadie la encontraría, él hallaba la forma de convencerla para que volviera y se recompusiera. Siempre la encontraba, y de alguna manera, Pamela nunca podía encontrarlo a él.
En cierto modo, incluso con Coulson de vuelta en su vida, incluso después de descubrir que estaba vivo todo este tiempo, todavía se sentía separada, como si él siguiera desaparecido y enterrado en el suelo.
No podía cambiar el pasado. No podía cambiar las mentiras que le dijeron y las verdades ocultas que rodeaban a Coulson, pero aún no podía evitar sentir ese viejo nudo en la garganta y la amarga traición al darse cuenta de que si hubiera tenido un nivel más en S.H.I.E.L.D., lo habría sabido. Y al final, no importaba lo cercana que fuera a Coulson y lo mucho que Fury lo supiera, no había sido lo suficientemente importante para al menos hacer una pequeña excepción.
Pam recordó la tarde después de la Batalla de Nueva York. Recordaba estar sentada así en los pasillos de la Torre de los Vengadores, con estas cartas en los dedos, luchando contra las lágrimas al darse cuenta de que nunca volvería a ver a Coulson. A veces, se preguntaba si habría sido mejor permanecer en esa dicha ignorante en lugar de verse arrastrada, demasiado tarde, a este secreto.
Porque no era igual. No podía pedirle consejo a Coulson. No podía recurrir a él cuando más lo necesitaba. Nunca más permitiría que él abriera la puerta del armario, se sentara a su lado y la motivara de una manera que sólo él podía hacerlo. Todavía lo lloraba, incluso cuando no había un cuerpo bajo tierra.
Y ahora tampoco tenía a Fury. La relación de Pamela con Fury siempre había sido complicada. Era un hombre complicado, cerrado y directo. Había pasado mucho tiempo buscando su aprobación, o incluso una simple sonrisa. Después de perder a Coulson, trató de sustituir a Fury en esa posición, y tal vez él tenía una debilidad por ella, pero no lo suficiente como para confiarle el secreto en Washington.
Pero Fury se había sentado a su lado después de Nueva York. Por una vez, había sido amable y comprensivo. Había llorado a Coulson con ella y la había hecho sentir que podía mantener la cabeza en alto y los pies en movimiento para mantener vivo el legado de Coulson.
Eso, por supuesto, había sido mentira. Pamela lo sabía ahora.
Suspiró y se frotó los ojos, increíblemente cansada después de haber pasado toda la noche en vela buscando a Ultrón. Ahora que tenían una ubicación, Steve y los demás se preparaban para salir a luchar, y Pamela no estaba muy segura de lo que debía hacer ahora. Tenía ganas de encontrar a Steve, aunque no sabía qué quería decirle o qué quería que él le dijera. ¿Querría él que lo encontrara? ¿Querría hablar con ella de las cosas de las que deseaba hablar? A veces, Pamela tenía la sensación de que él utilizaba ese escudo para mantenerla alejada, y no a la gente contra la que luchaba.
—Vamos, Coulson —susurró Pamela, su voz suplicando al aire vacío—. ¿Dónde estás? Te necesito...
Como si escuchara su voz suplicante, le sonó el móvil. Los ojos de Pamela se abrieron, sorprendida. Pero el número no pertenecía a Coulson.
Su respiración se entrecortó y respondió rápidamente.
—¿Ellie? —soltó, su corazón de repente se aceleró—. ¿Qué pasa? ¿Estás bien?
—¿Qué? —respondió Ellie, desconcertada—. No, no, estoy bien. Te llamé para saber si tú estabas bien.
Un suspiro de alivio hizo que los hombros de Pamela se hundieran y se inclinara hacia adelante, con la cabeza cayendo suavemente sobre su mano. Suspiró y asintió.
—Sí, sí —murmuró, su corazón se estabilizó a un simple latido—. Estoy bien. Solo... un poco agitada. ¿Ha ido Sam a verte?
Escuchó a Ellie tararear.
—Sí. Todo está bien, Pam. Sinceramente, lo único que me preocupa eres tú... ¿Ha pasado algo malo? ¿Algo al nivel de la Batalla de Nueva York?
Pamela se apartó el pelo de los ojos.
—No lo sé —admitió—. Tal vez.
—¿Ya eres una Vengadora?
—No —negó con la cabeza, la respuesta salió tan deprisa de sus labios que sorprendió incluso a Pamela—. Quiero decir que yo solo... estoy ayudando un poco, creo. No sé... No soy exactamente material de los Vengadores.
Escuchó un sonido como si Ellie se hubiera sentado en el sofá.
—Salvaste al mundo en Washington.
—Eso fue diferente —le dijo Pamela, recostándose desde donde estaba sentada en los escalones. Respiró hondo y miró a su alrededor, hacia los restos que aún quedaban por limpiar de la noche anterior—. Eso fue... personal. Además, el Capitán América salvó al mundo, no yo.
Ellie hizo una pausa.
—A ver, no sé todo lo que pasó. Pero había tres helicarriers, Pam.
Pamela logró esbozar una sonrisilla ante lo que decía Ellie. Pero la verdad era que ni siquiera era un héroe. No era una Vengadora. Era una serpiente; decía mentiras y no hacía más que hacer daño. Pasó toda su vida cazando y matando, no rescatando y ayudando a otros por la bondad de su corazón. Ella creía que lo había sido, pero esa no era la historia auténtica. Washington D.C. había sido personal. Había sido su oportunidad de no dejar que HYDRA manipulara a nadie y controlara a otros en nombre de la paz. Pero eso no significaba que de repente fuera una de las heroínas más poderosas de la Tierra. Sólo era una ex-agente de espionaje que, sin saberlo, había estado luchando en el bando equivocado.
Cuando no dijo nada, Ellie vaciló una vez más en la otra línea. Pamela frunció, preguntándose qué estaría pasando por su mente. Deseó estar allí. Deseó estar sentada en el sofá con Ellie viendo una película, y Pamela finalmente sentiría que los fantasmas que la seguían desde su pasado finalmente habían quedado atrás.
—¿Qué? —ella incitó.
Ellie tomó aire y se removió en el sofá.
—Yo sólo... bueno, hay algo que mi abuelo solía decirme. Siempre decía que un héroe es alguien que no se rinde cuando se trata de hacer lo correcto.
Pamela quería decir que no era tan fácil. Que el mundo no era tan blanco y negro. Pero estaba demasiado cansada para profundizar en la filosofía y las cuestiones analíticas. A veces resultaba reconfortante pensar que algo tan complicado fuera tan fácil. Miró una vez más las cartas que tenía en la mano.
Terminó la llamada con Ellie, deseando que se mantuviera a salvo y prometiéndole que regresaría al apartamento lo suficientemente pronto. Una vez que lo hizo, Pamela continuó reflexionando sobre los coleccionables que le dio Coulson. Steve le devolvió la mirada en su gloria estrellada con una sonrisa y un saludo patriótico.
Se oyeron pasos detrás de ella. Miró por encima del hombro y vio la misma imagen de sus cartas en la vida real. Excepto que el soldado serio, orgulloso y juvenil de esas viejas tarjetas fue reemplazado por una mirada solemne y una postura sensata sobre sus hombros.
Pamela deslizó las cartas dentro de la chaqueta que aún llevaba puesta. Steve la notó sobre sus hombros y parte de la rigidez de éstos se suavizó. Ella vio cómo le tendía la mano para que la cogiera y frunció los labios antes de deslizar la suya en su agarre. Steve la levantó suavemente y Pamela no quiso soltarla, pero lo hizo. Cuando retiró la mano, echó de menos inmediatamente el calor de su palma.
—¿Estás bien? —le preguntó suavemente, y ella asintió.
—Sí —decidió decir, aunque en realidad no lo era. Pamela metió las manos en los bolsillos de la chaqueta que él le dio—. Ellie me ha llamado.
—¿Y está bien? —Steve asintió y arrastró los pies. Miró sus botas.
Pamela tarareó.
—Sí, ella está bien —notó que Steve miró la chaqueta y las mejillas de Pamela adquirieron un suave color rosado—. Oh, yo... —fue a quitársela—, debería devolverte esto...
—No —Steve meneó la cabeza, con voz suave, apenas más alta que un susurro. Ella lo miró. Sin sus tacones, era casi una cabeza más alto—. No pasa nada —una pequeña sonrisa se dibujó en la comisura de sus labios. A Pamela le gustaba esa sonrisita—. Quédatela... Quiero decir... —retrocedió y ella empezó a sonreír también—, si te apetece por ahora, ya sabes, para cuando haga frío. En Nueva York hace frío. No tienes que quedártela si no quieres, claro...
—Gracias —lo interrumpió Pamela, riéndose suavemente. Asintió—. Tendré en cuenta la chaqueta cuando haga frío.
Steve agarró el cinturón de su traje y apoyó las manos mientras se paraba frente a ella.
—Bien —murmuró, y los dos cayeron en un breve silencio.
Los ojos de Pamela se dirigieron a la estrella en su pecho sobre las rayas rojas y blancas de su traje de Capitán América. Apretó los labios.
—¿Vas a salir a buscar a Ultrón?
Respiró hondo y se apretó un poco más el cinturón. Steve asintió.
—El quinjet despega en quince minutos.
Ella dudó, queriendo decir algo que nunca antes había dicho. Fijó su mirada y por un momento, en el silencio que siguió, no la apartó. El corazón se le subió a la garganta y se lo tragó.
—Um... —se aclaró la garganta—, ¿qué crees que quiere Ultrón con el Vibranium?
—Es el metal más fuerte de la Tierra —explicó Steve, moviendo una mano para apoyarse en la barandilla de la escalera mientras los dos permanecían juntos—. Yo digo que Ultrón está tratando de construir una armadura, tal vez un ejército. No sabemos cuánto Vibranium sacaron de Wakanda, pero sea cual sea la razón por la que lo quiere, no puede ser buena.
—No —estuvo de acuerdo. Sacó la mano del bolsillo para apartar ligeramente su cabello del pequeño corte que se hizo en la frente anoche.
Steve observó con su mirada intensa. Él frunció los labios.
—Lamento lo de anoche...
—Tranquilo —Pamela lo tranquilizó rápidamente, sacudiendo la cabeza—. Nada de lo que pasó fue tu culpa.
—Aun así, te merecías una buena noche. Quería que tuviéramos una sin el escudo.
Su mirada se suavizó y no supo qué decir. Pamela sintió que su corazón daba un vuelco y que la timidez subía a su pecho; un temor revoloteante e infantil que siempre sentía cuando Steve estaba cerca. Steve suspiró y se frotó las suaves líneas del ceño antes de volver a mirarla a los ojos.
—Por eso, lo siento.
Pamela sonrió suavemente, sintiendo calor. Respiró suavemente y se acercó, encontrando un soplo de valor.
—Bueno, tal vez cuando todo esto haya terminado, podamos volver a intentarlo —ofreció. Su corazón empezó a acelerarse al ver cómo Steve la miraba, observándola mientras ella se acercaba lo suficiente como para estar a su sombra—. Podrías comprarme flores.
Él sonrió.
—Flores —le prometió en voz baja.
Sus ojos encontraron la estrella en su pecho una vez más. Pensó en las cartas en el bolsillo de la chaqueta y se dio cuenta de que, en cierto modo, durante toda su vida, ese símbolo había estado allí, siguiéndola a todas partes. En sus clases de historia, asomándose por la mochila de gimnasio durante el entrenamiento cuando comenzó con S.H.I.E.L.D., y ahora, estaba justo frente a ella, en persona. Pamela levantó la vista.
—¿Va a ser como Nueva York otra vez?
—No lo sé —admitió Steve en voz baja. Soltó la barandilla y se enderezó—. Pero el quinjet saldrá en quince minutos y te necesito en él.
Sus ojos se abrieron, sorprendida. Pamela negó con la cabeza y cerró los ojos brevemente.
—Steve...
—No habríamos encontrado a Ultrón si no fuera por ti —le dijo el Capitán América—. Deberías llegar hasta el final.
—No soy una Vengadora —ella susurró, encogiéndose de hombros—. Ya ni soy... una agente. Quien era, Steve, quien soy, no es cómo tú. No soy una superheroína. Puedes hacer esto sin mí.
—Tal vez —asintió—. Pero confío en ti —el Capitán América dio un paso atrás, listo para volver a subir las escaleras—. Ya has oído lo que Ultrón planea hacer. El destino del mundo está en juego. Hay millones de personas que no pueden protegerse y luchar por sus vidas, así que es nuestra responsabilidad hacerlo por ellos. Tenemos la obligación de no rendirnos nunca. Porque si nos rendimos, perdemos. Y por eso nos levantamos, alzamos nuestros escudos y luchamos a pesar de lo que nos ha llevado hasta aquí, y en su lugar combatimos por el futuro que debemos proteger. Por nosotros mismos. Por el mundo. Esa es la elección que hacemos.
Pamela frunció los labios, preocupada mientras veía a Steve subir las escaleras. Ella suspiró y sacudió la cabeza, mordiéndose el interior de la mejilla. Sabía lo que él estaba diciendo. Pero ella no tenía ningún poder ni había hecho nada por este equipo desde Nueva York. Pamela no podía luchar contra el metal. No era una superheroína; esa idea no le resultaba tan fácil como a Steve. La elección no era tan fácil como le gustaba.
Se recargó en la barandilla y miró en la dirección en que él se había marchado. Pam pensó en lo que Ultrón había dicho, en cómo quería llevar a los Vengadores a la extinción, y temió cómo planeaba hacerlo y cómo afectaría eso al resto del mundo. Millones de vidas corrían peligro si los Vengadores no detenían a Ultrón antes de que fuera demasiado tarde. Pamela recordaba esa sensación, la de veinte millones de vidas siendo masacradas por HYDRA si ella llegaba demasiado tarde. Luchó hasta que no pudo más, y luego siguió luchando porque sentía el peso de la responsabilidad y la culpa de que, si perdía, las muertes que se producirían recaerían sobre su conciencia. Después de herir a tantos bajo HYDRA, Pamela había estado decidida a salvar a alguien por una vez.
¿Pero era suficiente para detener a Ultrón?
Volvió a sacar las cartas y las miró. Su pulgar trazó el saludo que enviaba el Capitán América.
En lugar de veinte millones de vidas, había siete mil millones, y todo lo que Pamela tenía eran sus dos puños. No tenía armadura, ni superpoderes, ni martillo, ni arco y flecha, ni mordeduras de Viuda, y no tenía escudo. Tenía sus puños y su voluntad de nunca rendirse.
Y si se quedaba quieta sin hacer nada y pasaba algo, ¿cómo podría vivir con ese peso en su conciencia?
¿Pero qué podría hacer ella? ¿Qué podría ofrecer?
Siguió mirando los grabados dibujados y las líneas descoloridas de una tarjeta coleccionable de poco más de setenta años. Una imagen de otra época, con diferentes valores y diferentes ideas de futuro, pero todavía tenían una cosa en común de entonces y ahora: todos luchaban por la promesa de libertad, para ellos mismos y para los demás. Y Steve Rogers había estado preparado para enfrentarse a esa pelea, con o sin suero.
Era el verdadero símbolo de un héroe.
Pamela apretó la mandíbula y continuó mirando ese saludo. Finalmente, respiró hondo y miró a través de las ventanas del ático de la Torre, a una ciudad de millones, y sólo pensó en una persona con su estuche de violín y su brillante sonrisa; una vida que estaba en juego, y una vida que Pamela no podía perder.
De repente, fue personal. Ultrón se lo hizo personal a Pamela en el momento en que amenazó al mundo por decirle aquello a los Vengadores, y al amenazar al mundo, amenazó a Ellie.
Se guardó el cromo en el bolsillo y subió las escaleras.
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LA PRIMERA MISIÓN de la Víbora Roja no había sido nada agradable. Desde el principio de su carrera como agente, Pamela Daniels no había aprendido a hacer otra cosa que morder y esparcir su veneno. Le habían dado un nombre, alguien a quien encontrar en el subsuelo de Nueva York. Le dijeron que esta persona divulgaba información sensible a alguien que la Víbora Roja no tenía permiso para conocer. Sólo sabía que era malo, y que iba a dañar a S.H.I.E.L.D., y que había que detenerlo. Y así, encontró al agente en los túneles del metro cerca de Harlem, se escondió en las sombras y apuntó con su arma, disparándole justo en la nuca antes de que tuviera oportunidad de luchar, tal y como le habían ordenado.
Nunca hizo preguntas.
Estos días, Pamela se preguntaba si esa persona no había sido el malo, sino alguien que descubrió la verdad sobre HYDRA y estaba tratando de hacer lo correcto. La Víbora Roja había matado sin remordimientos antes de que tuviera la oportunidad de evitar todas las muertes que siguieron desde entonces.
Eran recuerdos como estos los que le revolvían el estómago al pensar si era tan diferente al Soldado de Invierno. Excepto que James Buchanan Barnes no lo sabía ni lo entendía; no tenía voluntad propia. La Víbora Roja había querido completar esas misiones. Lo había hecho pensando que era la heroína, no la villana.
Estar en un espacio pequeño con los héroes más poderosos de la Tierra no le parecía bien a Pamela Daniels. Era casi asfixiante, porque sabía que no era su lugar. Era peor que una pieza de repuesto que nadie quería: era una impostora. Estas personas salvaron Nueva York y salvaron vidas. Hasta lo ocurrido en Washington, todo lo que Pamela hizo fue destruirlos.
Pero ahora que estaban de camino a Sudáfrica, ya era demasiado tarde para huir y esconderse. En el momento en que Pamela lo hizo personal, en que decidió que tenía que proteger al menos a una persona inocente que no merecía lo que Ultrón había planeado, no pudo echarse atrás.
Coulson, Fury, e incluso Steve Rogers, le habían enseñado algo mejor que eso.
Mientras Pamela preparaba su arma y la metía en una funda en la parte posterior de su cadera, notó la mirada de reojo de Romanoff antes de concentrarse en sus mordeduras de Viuda.
—¿Qué pasa? —preguntó en un susurro.
Una oleada de color azul eléctrico brilló en una línea, en una sola costura del traje de combate de Natasha Romanoff en el momento en que encendió sus guanteletes. Su cabello rojo, corto y siguiendo la línea de su mandíbula, parecía igual de brillante a la tenue luz del quinjet.
—Nada —respondió ella con esa mirada tímida, siempre guardando secretos y siempre compartiendo muy poco para dejar a los demás adivinando—. Me alegra trabajar contigo otra vez.
Pamela no esperaba el cumplido. Ocultó su deseo de sonreír, pero sabía que Natasha lo notaba. Jugueteó con su unidad de comunicaciones.
—Sí, bueno, no es permanente en caso de que tengas alguna idea —sonrió brevemente antes de colocarse el pequeño auricular—. Cuando Ultrón se vaya, yo también me iré de aquí.
Natasha soltó un suave suspiro de diversión, esperando la respuesta. Pamela lo notó y puso los ojos en blanco, sabiendo exactamente qué le parecía tan divertido.
—Ay, por favor —murmuró, burlándose también con una pequeña risa—. Esto no significa que de repente me haya convertido en Vengadora.
—Nunca dije eso —se defendió la Viuda Negra, pero su mirada brillaba con una risa silenciosa.
—Sólo estoy ayudando. Estoy cumpliendo con mi deber y sólo porque Steve dijo que me quería aquí —añadió Pamela, frustrándose cada vez más porque sabía que Natasha estaba encontrando todo esto muy divertido. Al decir eso, la Viuda Negra arqueó una ceja y Pamela se burló una vez más, pasando a su lado—. Cállate... —oyó las suaves risitas de Natasha a sus espaldas.
Se puso unos guantes sin dedos, respiró hondo y trató de no hacer contacto visual con ninguno de los demás. Sabía que Stark estaba especialmente tenso y rígido al verla en el quinjet. Pamela no sabía si Steve le había hablado de ello; tal vez no quería saber cuál había sido su respuesta o si le había dado alguna. Simplemente sabía que él no la quería aquí.
Apretando y aflojando las manos, Pamela Daniels intentó canalizar un lado de ella que no había hecho en mucho tiempo, pero probar el veneno de la Víbora Roja le resultó más amargo de lo habitual y no sabía cómo se sentía al respecto. Quitándose el cabello de la cara, su viejo uniforme de combate de S.H.I.E.L.D. de repente se volvió muy incómodo.
Cerró los ojos y echó los hombros hacia atrás. Cuando volvió a abrirlos, tenía la mandíbula apretada mientras miraba por las ventanas del quinjet hacia el depósito de salvamento al que se acercaban en la distancia.
Juntó los labios y se dio cuenta de que estaba a punto de salir a pelear; siempre estaba peleando, era todo lo que sabía, y la idea de pelear era más reconfortante que pensar en las personas con las que lucharía codo a codo.
Miró a su lado cuando escuchó los pasos de alguien que se acercaba a ella. Pamela frunció el ceño, sorprendida al ver a Stark. Él encontró su mirada y no la saludó, ni le preguntó cómo estaba; las primeras palabras que salieron de su boca fueron:
—¿Eres polizona o turista?
Resistiendo el impulso de poner los ojos en blanco, Pamela decidió murmurar:
—Odio a los turistas.
—A mí también. Pues polizona —Tony la señaló con el dedo—. No toques nada, de lo contrario tendré que hacerte caminar por el tablón.
Cerró los ojos y apretó la mandíbula. Tirando de sus guantes una vez más, Pamela Daniels se giró y entrecerró la mirada hacia Tony Stark.
—¿Le haces bromas a todo? —preguntó, más bien acusadora.
—Sí —respondió sin detenerse, y Pamela se esforzó por no burlarse.
—Pues yo no —respondió ella—. No me gusta bromear cuando hay vidas en juego.
Pamela le lanzó una última mueca antes de marchar hacia Natasha y Clint, no viendo cómo Tony rodaba los ojos.
Subir al buque fue probablemente la parte más fácil. Se dividieron en dos equipos. El Capitán América, Iron Man y Thor se enfrentarían a Ultrón de frente, mientras que la Viuda Negra, Ojo de Halcón y Daniels se colarían en las pasarelas y cubiertas superiores, mientras que el Doctor Banner permanecería en el quinjet hasta que dieran la orden de Código Verde. Era más que previsible que lucharan contra dos frentes. Ultrón, la Legión de Hierro y los hermanos Maximoff, y quienquiera que estuviera todavía en este barco si no habían sido aniquilados ya. El Churchill, un gran navío de chapa metálica alojado en la orilla seca de una marea baja entre muchos otros barcos olvidados en el astillero abandonado, estaba a oscuras al entrar. Habían apagado las luces, lo que hacía aún más fácil colarse sin ser descubierto, y eso le decía a Pamela que Ultrón ya estaba aquí.
Caminaba sobre las puntas de los pies, sin hacer ningún sonido mientras recorría las pasarelas oscuras. Daniels se mantuvo entre las sombras, mirando hacia el centro de la tercera y segunda cubierta, donde el barco se abría a un enorme agujero donde ahora se había detenido cualquier construcción y trabajo.
El chirrido puso a Daniels nerviosa. Se puso rígida y miró hacia el sonido, con el aliento atrapado en el fondo de su garganta.
—Qué mal —la voz de Barton resonó en sus comunicaciones—. ¿Seguro que no es un sitio embrujado?
Pamela vio lo que pasó y tragó un poco de bilis que tenía en la garganta.
—Seguro que no está embrujado.
Ulysses Klaue. Dio con el hombre que todos ellos y Ultrón buscaban, y no estaba en buena forma. Los gritos del ladrón se vieron interrumpidos por la conmoción de encontrar su brazo a sus pies; desprendido y rebanado limpiamente. Daniels sólo alcanzó a ver la marca de Wakanda en un lado de su cuello antes de que se tambaleara hacia atrás y cayera por una escalera con uno de sus hombres apresurándose a intentar atraparlo mientras hacía todo lo posible por no vomitar.
Ultrón brillaba en plata; el acero de su armadura brillaba en la oscuridad casi como lo haría la luna en la noche. Ya no era un zombie de hierro destrozado, sino un impresionante general de aleación de titanio de dos metros y medio de altura con anchos hombros de acero, pasos atronadores y ojos que brillaban de color rojo, que parpadeaban en una cara de metal que se transformaba y se retorcía como si pudiera fruncir y sonreír; algo tan parecido a lo humano y, sin embargo, tan lejos de serlo, era más que inquietante. Era aterrador.
Se alzaba sobre dos individuos más pequeños, humanos de carne y hueso, pero las habilidades ocultas tras los oscuros destellos maliciosos de sus ojos eran algo mucho más extraordinario. En pie, el chico y la chica tenían un aspecto similar, con los mismos ojos redondos y la misma barbilla. No podían tener más de dieciocho o diecisiete años, y eso hizo que el estómago de Daniels se retorciera dolorosamente al darse cuenta de algo horrible. Eran sólo niños que se lanzaron al programa de experimentación humana de HYDRA, y apenas adolescentes ahora viendo el brazo de un hombre ser rebanado limpiamente de su cuerpo sin siquiera pestañear.
Pietro Maximoff aparentaba más edad de la que realmente tenía, quizá porque su pelo se había vuelto blanco como el hielo, como si acabara de estar en el centro de una ventisca. Cada movimiento que hacía era a la vez perezoso y asombrosamente rápido, como si estuviera atrapado en el limbo entre ir a la velocidad de la luz y ser indolente. No era de extrañar que su pelo se hubiera vuelto blanco, la cantidad de energía que tendría que quemar para alcanzar la velocidad que sugerían los informes desconcertaba a Daniels, ya que no tenía ni idea de cómo seguía vivo. En sus manos sostenía un recipiente cilíndrico lleno de un elegante metal de color gris.
Estaba de pie junto a su hermana, Wanda Maximoff. Había algo en Wanda Maximoff que provocaba escalofríos en Daniels. Tal vez se trataba de la mirada oscura o incluso de la ligera inclinación de su cabeza, pero no pertenecía a los rasgos suaves de una chica de diecisiete años. Era una mirada llena de ira y malicia, retorcida, incluso villana, que casi relucía de un rojo sangre con el tinte cobrizo de su cabello oscuro. Wanda Maximoff daba miedo de una forma que no se podía describir y que, a la vez, se podía sentir en lo más profundo del ser de Daniels, como cualquier animal racional teme lo desconocido que acecha en la oscuridad, arraigado en su ADN.
Mientras veían a Klaue caer por la estrecha escalera, Ultrón se giró hacia los gemelos Maximoff, furioso.
—Es que no lo entiendo. ¡No me compares a mí con Tony Stark! No puedo con eso. ¡Stark es como una enfermedad!
—Ah, Junior —Ultrón se giró ante la voz de Stark. Los ojos del robot se entrecerraron para ver a tres de los Vengadores más poderosos parados en el extremo opuesto de la pasarela. Thor, el Capitán América y la aleación roja y dorada brillante del traje blindado de Iron Man—. Vas a romperle el corazón a tu viejo.
Pietro Maximoff arrojó el vibranium a un lado y apretó los puños. Dio un paso adelante con una ola de ira que incluso igualaba a la de su hermana al ver a Tony Stark.
Ultrón extendió una gran mano de metal para detener a los hermanos.
—Si es necesario.
Pamela se quedó quieta donde estaba, observando la escena con los hombros rígidos, lista para pelear.
—Nadie tiene que romper nada —dijo Thor en su tono brusco pero regio.
Ultrón soltó una risa distorsionada.
—Tú nunca has hecho una tortilla.
Stark miró a Thor.
—Se me ha adelantado por un segundo.
—Ah, muy gracioso... —reflexionó Pietro, aunque no parecía divertido. Miró a su hermana y una risa amarga escapó de su garganta antes de avanzar unos pasos—. Señor Stark... —su acento sokoviano cortó su 'k', y estaba cargado con una furia hirviendo en lo profundo de su pecho. Señaló las armas de abajo, guardadas en un rincón de la cubierta—, ¿qué tal aquí? ¿Cómodo? ¿Como en los viejos tiempos?
Iron Man hizo una pausa.
—Esta nunca fue mi vida.
La mirada de Wanda Maximoff pareció brillar roja ante esas palabras, como si la sangre que cubría las dagas de su mirada se hubiera afilado hasta una punta.
Steve marchó al frente del grupo, sintiendo la creciente tensión que estaba llegando a un punto de ebullición muy rápidamente.
—Vosotros aún podéis salir de esta...
—Oh, lo haremos —repuso Wanda, sutil pero burlona, divertida; había una tenue línea entre la diversión y la ira pura y lívida. Se reía de aquellas caras de los héroes del mundo como si los conociera muy bien, y a Daniels le daba un poco de miedo preguntarse por qué.
—Sé que habéis sufrido... —el Capitán América mantuvo un tono tranquilo y diplomático,
—¡Urgh! —una fuerte burla de disgusto fue seguida por un ataque de risa grave y aullante. Ultrón echó la cabeza hacia atrás—. El Capitán América —reflexionó sobre el nombre antes de reírse una vez más—. El recto hombre de Dios, fingiendo que podría vivir sin una guerra. No puedo vomitar físicamente por mi boca, pero...
—Si crees en la paz, déjanos mantenerla —dijo Thor, apretando su mano alrededor de su martillo.
—Creo que confundes paz con tranquilidad.
—Ya —murmuró Iron Man antes de alzar la voz—. ¿Para qué es el Vibranium?
—Me alegro que lo preguntes —Pamela nunca imaginó que un androide sería capaz de manejar el sarcasmo, pero eso era exactamente lo que Ultrón estaba usando ahora mismo—, porque quería aprovechar este momento para explicaros mi malvado plan...
Elevó su mano de hierro y cerró el puño; un pequeño campo magnético brotó de sus nudillos metálicos y Iron Man se vio repentinamente empujado hacia delante. Desde el aire, dos legionarios se arrojaron contra el Capitán América y Thor, haciéndoles luchar a un lado mientras un láser rojo de Ultrón lanzaba a Iron Man contra la pared. La chapa se fundió y, cuando Iron Man cayó al suelo, quedó una enorme abolladura.
Al ver a Iron Man y Ultrón cargar de frente, elevarse en el aire y forcejear por encima de su cabeza, Pamela se agachó, esquivando los disparos de escombros mientras los láseres cortaban la chapa metálica a su izquierda. Jadeó y apoyó la espalda contra las paredes de la segunda cubierta, asomándose y sintiendo cómo se le retorcía el corazón en el pecho cuando uno de los Legionarios golpeó a Steve en la mandíbula. Antes de que pudiera siquiera intentar defenderse, Pietro Maximoff desapareció en un borrón, sin dejar más que un rastro azul tras de sí y, en una fracción de segundo, se precipitó sobre el Capitán América y Thor, dejándolos tambaleantes y vulnerables. Steve se incorporó y bloqueó otro golpe con su escudo. Saltó hacia Wanda Maximoff, pero con el rápido movimiento de sus dedos, una niebla roja se materializó en el aire a su alrededor y disparó. Golpeó a Steve en el pecho con tanta fuerza que lo derribó.
Daniels se sobresaltó y fue a moverse, pero Romanoff, que la notó desde su posición arriba, espetó:
—Quieta, Daniels. No te muevas.
Pamela quería discutir, pero por el rabillo del ojo, un destello se reflejó en la pequeña ventana de vidrio de una puerta a su izquierda.
Actuó.
Daniels se agachó y giró su cuerpo, pateando el arma de la mano del secuaz. Luego se adelantó y agarró su muñeca, desequilibrando su enorme figura. Su frente golpeó la pared. Tropezó hacia atrás, aturdido.
De un salto, le rodeó los hombros con el brazo, corrió desde la pared y golpeó con el pie, con fuerza, la mandíbula del siguiente esbirro. Daniels lanzó su cuerpo hacia delante, dando una voltereta en el suelo y dejando al primer hombre inconsciente tras ella. Detrás suyo resonaron disparos procedentes de las cubiertas tres y dos, pero no tuvo tiempo de pensar en los demás. Agarró su arma y la levantó, disparando a los dos siguientes antes de que se acercaran demasiado.
La Víbora Roja cargó. Se metió bajo el brazo de otro y los números se volvieron borrosos. Había muchísimos, y en el enorme centro del barco, escuchó el furioso choque de metal contra metal. Escuchó disparos y gritos. No podía permitirse distraerse.
Daniels cogió la muñeca del secuaz con el que estaba luchando y golpeó su codo con la palma, desarmándolo. Tres golpes en su pecho lo dejaron sin aliento. Lo agarró por el cuello y lo obligó a caer al suelo con su peso corporal.
Como si alguien hubiera accionado un interruptor, Pamela Daniels volvió a deslizarse en la crueldad de la Víbora Roja sin pensarlo un solo momento. Cuando estrelló la cabeza de un soldado contra la ventana de una oficina con tanta fuerza que el cristal se rompió, no se le pasó por la cabeza que debía intentar noquear, no herir y matar.
Fue justo cuando dejó de disparar su arma y el pulso eléctrico de los guanteletes de la Viuda Negra llamó la atención de Daniels, que vaciló. Su puntería bajó mientras el hombre caía, y por la pasarela, captó la mirada de Romanoff y el movimiento de desaprobación de su cabeza.
Daniels frunció para sí misma, sintiéndose un poco enferma cuando miró los cuerpos aturdidos de los secuaces en el caos de la pelea, dándose cuenta de lo que sucedió.
Echó un vistazo a sus manos y luego las apretó, odiando cómo temblaban. Daniels respiró hondo, pero la conmocionó la facilidad con que había vuelto a la violencia de su antiguo yo. Incluso después de trabajar tan duro para ser una versión mejor de sí misma, para ser ella misma en la libertad que le habían dado, la vileza de la Víbora Roja seguía ahí. Podía disimularse, pero nunca desaparecería. Había sido moldeada y cambiada tanto para adaptarse a HYDRA que incluso cuando intentaba hacer lo correcto, el aliento de la Víbora Roja seguía lleno de veneno.
Pamela levantó la vista. En el cristal roto vio un destello rojo...
Jadeó, pero se giró demasiado tarde. Parpadeó y se volvió lenta cuando volutas de humo rojo nublaron su visión. Lo último que vio fue la peligrosa malicia en los ojos de Wanda Maximoff antes de que se cansara. Sus ojos se volvieron pesados.
Tropezó y sus manos encontraron la barandilla de la pasarela. Daniels frunció y los sonidos a su alrededor se volvieron apagados y distantes. Creyó oír su nombre en sus comunicaciones y respiró hondo. Fue a contestar, pero cuando levantó la vista, estaba en otro lugar.
La respiración se le entrecortó. El brillante sol de un verano australiano la fulminó con la mirada mientras estaba parada frente a la verja blanca de una casa suburbana.
Reconoció el porche y las flores en los alféizares de las ventanas delanteras. Reconoció la puerta que tanto odiaba, viviendo bajo tejas y enmarcada por una fachada de ladrillo rojo.
Su mente se sentía pesada, como si estuviera caminando sobre una nube distante, sin idea de lo que estaba haciendo. Pamela miró detrás de ella, hacia la carretera asfaltada vacía y las otras casas perfectas.
¿No estaba en...?
—¿Nat? —murmuró, e incluso su voz le sonó distante. Pamela miró a su alrededor. Estaba sola. ¿Pero juraba que...?
Los pies parecían viajar solos. Se movía en un cuerpo que no era el suyo. Abrió el pestillo de la verja y la atravesó, cerrándola tras de sí. Los guijarros y las piedras del camino rozaron sus botas a medida que se acercaba lentamente a la casa.
—¿Nat? —volvió a llamar. Estaba segura de que Romanoff había estado delante de ella hacía unos instantes—. Nat, ¿dónde estás?
Aminoró el paso, muy confundida. Parpadeó, mirando la pequeña parte de las cortinas detrás de la ventana delantera de la casa. Inclinó la cabeza hacia el jarrón de cerámica vacío, sin flores y con polvo en el cuello. Parecía que no lo habían tocado desde que lo colocaron allí.
Llegó a la puerta principal y sus pies se posaron sobre un tapete de bienvenida que le resultaba muy familiar. Lo miró fijamente durante mucho tiempo. ¿Qué estaba haciendo ella aquí? ¿Cómo llegó?
Levantó la mano para tocar la puerta, sólo para que de repente se abriera. Pamela volvió a fruncir el ceño. Parpadeó, confusa. Su cabeza dio vueltas por un momento y levantó la mano hacia ella, respirando profundamente unas cuantas veces.
—Mary-Annalise.
Permaneció helada ante el nombre. Pamela miró hacia arriba, con la respiración entrecortada. Sus pies avanzaron y entró en la casa de su padre, siguiendo el sonido de su nombre, escuchando una voz que no había oído en mucho tiempo.
—Mary-Annalise, ¡¿qué estás haciendo?!
La voz estaba justo tras ella. Se giró sobre sus pies y miró, sorprendida al ver a una de sus antiguas madres de acogida. De pronto recordó dónde había oído aquel tono de voz y el miedo se le hizo un nudo en la garganta. De repente, volvía a tener dieciséis años y miraba fijamente a los ojos de la furiosa señora Tamsen.
—Yo... No fue mi intención —las palabras que Pamela pronunció hace tantos años regresaron y salieron de sus labios sin un solo pensamiento—. Lo juro, yo estaba... yo no...
—¿Y cómo ha salido del armario? ¿Por qué está vacía? —levantó la botella de whisky y Pamela se quedó mirándola, hacía años que no la veía.
—¿Por qué crees que lo hice? —soltó, con los viejos sentimientos de rabia y desesperación llenándole el pecho—. ¿Por qué siempre me culpas a mí? ¡El alcohólico es tu marido! —sus palabras fueron cortadas y ella chilló de dolor y conmoción, tropezando y sintiendo como su mejilla se enrojecía y escocía.
Se quedó así por un rato, mirando la mesa del comedor vacía y todos los asientos mientras recuperaba el aliento. Se llevó la mano a la mejilla y cerró los ojos, sacudiendo la cabeza. Esto no era real. Ella siguió adelante...
Una mano se posó sobre su hombro. Se estremeció pero la mano la apretó con más fuerza.
—No pasa nada.
Al oír la voz de Coulson, Pamela se calmó. Dejó de temblar y miró sobre su hombro, sorprendida. Sintió que una parte de ella se quebraba al verlo sonreír. Al ver la forma en que su rostro se alzaba y la bondad en sus ojos, la misma sonrisa que la encontraba allí donde trataba de esconderse y la llenaba de consuelo cuando más lo necesitaba.
Sus ojos se abrieron y de repente quiso llorar.
—¿Coulson? ¿Estás... estás aquí?
Él asintió y su sonrisa se iluminó por un momento.
—Estoy aquí. Tranquila —su mirada se volvió preocupada y suspiró, inclinando la cabeza hacia ella—. Parece que has tenido un día difícil, ¿eh?
—Lo siento, lo siento mucho —Pamela asintió. Y asintió de nuevo y empezó a llorar. Coulson la abrazó paternalmente. Ella se aferró y cerró los ojos, enterrando la cabeza en su hombro mientras lloraba. Él la calmó suavemente frotándole la espalda y ella gimió.
—Tranquila —le aseguró.
—Debí haber sido mejor... Lo siento mucho. He intentado hablar contigo todo el rato, demostrarte que me he esforzado, pero yo... —se aferró a él con más fuerza, sollozando—. Lo siento mucho.
Escuchó a Coulson suspirar una vez más y la abrazó un momento más antes de alejarse. Ella sollozó.
—Te eché de menos todo este tiempo.
—Yo también, pequeña —él le acarició la mejilla con el único toque paternal que Pamela había conocido en toda su vida. Cayó otra lágrima.
—Lo he intentado... —ella hipó para contener los sollozos—. He intentado con todas mis fuerzas ser quien siempre quisiste que fuera. Intento ser un héroe. Pero no puedo. No sé qué hacer. Lo siento mucho. Te he fallado.
—Sí.
Ella no esperaba esas palabras. Pamela parpadeó y miró a Coulson, horrorizada.
—¿Q-Qué?
Su mano se movió hacia su hombro y lo apretó, pero a pesar del gesto de apoyo, sus palabras le helaron el corazón.
—Me has fallado, Pamela. A Fury, a tu equipo...
Al darse cuenta de lo que quería decir, ella negó con la cabeza.
—No —se le quebró la voz—. N-No, yo lo intenté. Lo estoy intentando...
—No te esforzaste lo suficiente —le soltó él—. Tienes razón, Pamela. Nunca podrás ser un héroe. Eres una asesina.
—No lo soy... —gruñó ella, sacudiendo la cabeza. Intentó recordar las palabras que le decía la gente; intentó recordar todo lo que Steve le dijo, de lo lejos que ha llegado—. Yo no soy una asesina. No... No fui yo. Fue HYDRA. Pero yo no soy así. Yo...
—Mataste a tu equipo —le advirtió Coulson y ella se quedó tan sorprendida que no pudo decir nada más. Se limitó a mirar cómo el fantasma del hombre que una vez conoció le aseguraba todos sus miedos delante de sus ojos—. Tú los llevaste a esa masacre, no pudiste salvarlos. ¿Cómo esperas salvar a alguien más?
Pamela vio el reflejo bastante tarde. Al igual que aquel horrible día, no se dio cuenta ni reaccionó. Pamela sintió que se le desplomaba el corazón. Sintió que un terror desgarrador le subía por la garganta.
—¡Cuidado!
Intentó empujar a Coulson a un lado pero la bala se disparó. Lo golpeó en la garganta y Pamela gritó cuando cayó hacia atrás. Se disparó otra bala y ella gritó, golpeando el suelo mientras un dolor muy horrible estallaba en su hombro. Su vieja cicatriz ardía como si estuviera tan fresca como el día que la recibió.
La Víbora Roja sintió la arena del suelo; lo recordaba extrañamente bien. Recordaba la forma en que los pequeños granos al costado del camino le habían arañado la piel cuando hizo todo lo posible por intentar moverse.
Miró hacia arriba y ya no estaba en la casa de su padre. Estaba allí. De vuelta en esa misión que arruinó su vida. Vio el coche y en el reflejo del espejo lateral se veía el brillo de su brazo de metal.
—¡Daniels! —era borroso. Ella gritó cuando escuchó el sonido de un agente muerto hace mucho tiempo. Pamela intentó avanzar hacia él. Trató de advertirle mientras él corría hacia ella.
Cayeron todos como una bandada de palomas en libertad. Los disparos atravesaron el aire y Pamela los vio caer a todos. Agentes que confiaban en ella. Agentes a los que había prometido que volverían a casa, que no tenían nada de lo que preocuparse. Les había prometido que encontrarían al Soldado de Invierno y regresarían. Les mintió.
Su grito desgarró su garganta, pero era distante; un recuerdo atrapado en el fondo de su mente. No había nada que pudiera hacer. Se arrastró por el suelo hacia el agente caído. Su nombre era David. Con una hermana menor esperando que regrese a casa. Su nombre era Lily.
—¡Cúbrete! —la voz de la agente Angel Kidd fue estremecedora. Pamela miró hacia arriba y vio a su vieja amiga correr hacia ella, y le asaltó el recuerdo de lo que ocurrió a continuación—. ¡Pamela, cúbrete!
La alcanzó y presionó su mano sobre su herida. Pamela sollozó, apenas capaz de comprender lo que estaba pasando. Estaba atrapada entre el recuerdo y lo que era real, y no tenía idea de cómo decir cuál era cuál.
Angel Kidd levantó su arma y disparó hacia donde había estado el Soldado de Invierno. La misma Angel que la culpó. La misma Angel que no podía soportar mirarla a los ojos nunca más. La misma Angel que estaba disgustado con ella, y que tenía todo el derecho a estarlo.
—Apártate —sollozó Pamela a su vieja amiga, aunque ella no la escuchó—. Por favor. Él te atrapará. Angel, por favor...
Se esforzó. Intentó cambiar el recuerdo, forcejeó y trató de apartar a Angel, pero su sollozo quejumbroso cuando oyó a su amiga ser alcanzada por la bala no pudo detenerse. Pamela cerró los ojos de golpe al ver que su amiga se desplomaba hacia ella. Viviría. Pero todo estaba tan desordenado en los recuerdos de Pamela, que parecía haberlo olvidado.
Algo la agarró del brazo. Chilló, recordando el agarre... y, sin embargo, era diferente. Sus recuerdos no eran así. Todo estaba cambiando. Pamela luchó.
—¡No! —gritó, viendo al Soldado de Invierno frente a ella.
—¡Pam! —escuchó a alguien gritar, pero siguió luchando. Necesitaba hacerlo. Tenía que luchar y sacar a Angel de allí. Necesitaba salvar su vida. Tenía que salvar a alguien...
—¡No! —ella sollozó, tratando de darle un puñetazo, pero su agarre de metal estaba dolorosamente apretado. Pamela estaba en una dolorosa neblina de recuerdos perdidos y miedos hasta que todos se mezclaron en uno—. ¡Por favor!
—¡Eh, eh, eh! —su visión cambió y de pronto vio a otra persona. Alguien conocido. Unas manos le agarraron las mejillas, tratando de despertarla. Le miró a los ojos y frunció el ceño, aturdida y confusa. Estaba de vuelta en el barco, tumbada en la fría rejilla metálica de la pasarela.
Pamela estaba llorando, aunque no lo notaba. Se limitó a mirar a Barton, confusa y no del todo presente.
—No... no pude salvarlos.
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